“Hoy tenemos a un invitado muy
especial. Nos encontramos con el condenado Baigorria que hace cuatro años que está atravesado por el virus y por alguna extraña razón quiso exponer aquí, hoy, su historia. Un
fuerte aplauso”. (No hay aplausos se escucha otro ruido aunque ese ruido significa aplauso).
El
programa tenía una escenografía precaria: dos sillas y una conductora típica, una cortina negra hacía de.
[La cámara nunca enfocaba al condenado Baigorria,
sólo mostraba lo que pasaba a su alrededor y lo que se veía, eran lo que sus
ojos veían porque la cámara sabía qué estaba viendo él].
[De él sólo se
mostraban primeros planos desagradables, como su boca hinchada y dientes de brócoli o sus
ojos hartos y tuertos]
“Hay dos cosas que no puedo ingerir y
son las cosas que más me gustan, a saber, las cerezas y los masticables de
frutilla” (me hacen
sangrar la boca y el costado del ojo pero mi sobrino Esteban siempre me trae
reservas a escondidas, luego me veo un asco y lo peor es creo que nadie lo
nota)
en la habitación se ve una montaña de botellas de paso de los toros
vacías, una enfermera se resbala con una y cae al piso, pero lo ignora y sigue
su rutina de suministro de pastillas a condenado por el culo]
“Un día comenzaron a caerse mis
uñas y la ceborrea se hizo intensa
Me internaron en mi habitación y
todavía no recuerdo si alguna vez me habré parado, es claro que no”.
La conductora
comienza a hablar en mandarín y hace una pregunta, condenado, contesta: “francamente todo pasó muy rápido…Mi doctor, dios lo bendiga,
dijo que no estaba en peligro” las enfermeras hablan con una voz que
esconde la absolutización de la técnica por sobre la práctica. Se pelean porque
nadie quiere cambiarlo. se resbalan en ceborrea cobriza.